Ritualidades

El botafumeiro de la Catedral de Santiago de Compostela

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Comunidades autónomas

Galicia

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A Coruña

Comarcas

Santiago de Compostela

Localidades

Santiago de Compostela

Denominación

El botafumeiro de la Catedral de Santiago de Compostela.
Otras denominaciones: Turibulum magnum / Turíbulo

Fechas

Baja Edad Media (s. XV)-actualidad
Descripción
REPORTAJE DE LOS TIRABOLEIRO Y BOTAFUMEIRO DE LA CATEDRAL DE SANTIAGO PARA EL ESTELA.XOAN ALVAREZ Botafumeiro BOTAFUMEIRO https://xacopedia.com/img/entries/BOTAFUMEIRO_03_023.jpg

El botafumeiro, literalmente “echador de humo” en gallego, es la voz común con la que, desde el siglo XIX, se conoce al enorme incensario o turíbolo sujeto con una gruesa maroma a un mecanismo de doble polea de desigual diámetro (29 y 58 cm) instalado en el crucero de la Catedral de Santiago, el cual, elevado y accionado por un grupo de ocho “tiraboleiros” -cuatro a decir de los relatos de viajeros del siglo XVII- describe un movimiento pendular por los brazos del transepto de la iglesia, distribuyendo el humo del incienso que arde sobre brasas en su interior. Todo el proceso, desde que se carga de brasas en el claustro y se aproxima al altar -donde se incorpora el incienso-, con su elevación, vuelo y parada, tiene unos veinte minutos de duración, de los cuales apenas cinco con el artefacto en vuelo, y su espectacularidad lo ha convertido en un auténtico reclamo para la asistencia a las misas solemnes en las que se utiliza.

Su origen es impreciso, situándose en el primer cuarto del siglo XV la primera cita conocida, en nota al margen añadida en el ejemplar compostelano del Codex Calixtinus, que habla de “un gran incensario de plata, que discurre, suspendido en la parte superior del templo por cuerdas, desde el portal norte al sur, lleno de carbones encendidos y portando incienso a un lado y otro de la parte superior de la iglesia”. Es verosímil, como supone Vázquez Castro, que su aparición coincida con la construcción del nuevo cimborrio gótico en la sede compostelana (1422-1423), concluido, según Zepedano, en 1445. Hay noticias del uso de grandes incensarios del tipo al compostelano en otras dos catedrales, como las gallegas de Orense y Tuy, y la de Zamora, y en San Pedro de Roma. En la de Orense consta su existencia en los primeros años del siglo XVI, por lo que es probable que todos ellos tengan origen en los tiempos bajomedievales (siglos XIV-XV).

La función del gran incensario se antoja históricamente doble. En cuanto a instrumento asociado a la liturgia, sirve para solemnizar las grandes celebraciones, como símbolo de reverencia y oración. De hecho, actualmente el cabildo compostelano le adjudica el carácter de ofrenda, como rito asociado a la Eucaristía en determinadas solemnidades. Tal parece haber sido siempre su fin principal, ligado al resto de gestos litúrgicos que utilizan la quema de incienso como elemento simbólico de elevación de las plegarias (“Valga ante ti mi oración como incienso, el alzar de mis manos como oblación de la tarde”, Salmo 141, 2) y creación de un halo de misterio en torno al altar -en cuanto escenario de la transustanciación-, representando tales ofrendas y la realidad celestial de la misa, en gesto con amplia raíz veterotestamentaria (“tomará después un incensario lleno de brasas de fuego del altar que está ante Yahvé y dos puñados de incienso aromático en polvo y, llevándolo detrás del velo, pondrá el incienso sobre el fuego, delante de Yahvé, para que la nube del incienso envuelva el propiciatorio”, Levítico 16, 12-13). Citado en más de un centenar de ocasiones en la Biblia, la liturgia cristiana utiliza el incienso en procesiones y ciertas solemnidades, ceremonias de consagración y exequias de difuntos.

Vinculado al sentido litúrgico del que no se puede separar -puesto que se desarrolla durante la Eucaristía- se sitúa también la segunda finalidad, que es la de perfumar el ambiente interior del templo. Al sentido trascendente del aroma a incienso se asocia un sentido higiénico que, en ocasiones, se tiende a exacerbar como fin esencial del botafumeiro. El origen de esta interpretación lo hallamos en las fabulaciones de Antonio Neira de Mosquera, periodista compostelano, quien extendió además el término de “vota-fumeiro”, más tarde sancionado -denominación y uso- por autores como José Villaamil y Castro, José María Zepedano o Jesús Carro García, canónigo compostelano, estudioso de la ritualidad de la peregrinación y promotor de su moderno renacer. Resulta reductor, y poco atinado, entenderlo como mero ambientador, aduciéndose como razón las tradicionales vigilias documentadas hasta 1529, durante las que cientos de peregrinos pernoctaban en el interior de la Catedral hasta la misa de prima. Sin negar tal beneficio olfativo, su carácter es primordial y esencialmente de elemento del ajuar litúrgico, al igual que las navetas que contienen el incienso, haciendo que se singularice y destaque por su extraordinario tamaño y la espectacularidad del vuelo al que se somete en las grandes celebraciones. Domenico Laffi, en el relato de su viaje publicado en 1676, describe así su uso durante la misa mayor compostelana: “Auanti l’Altar maggiore vi è vn gran Turibolo fatto à guisa d’una gran lampade, il quale con vna corda è attaccato al volto della Tribuna maggiore, e questo calano à basso, quando vogliono metterui dentro il fuoco, e l’incenso, e poi lo tirano sù fino à quell’altezza, che alcuno non li possi arriuare, e poi gli danno la spinta; questo pigliando l’onda, và da vna porta all’altra, cioè dalla porta d’oriente, à quella d’occidente, che sono le sopradette porte delli due braci della Croce, onde per la sua grandezza, e velocità fa vn gran vento, e per il fuoco, e l’incenso, et altri odori, che vi sono dentro, fa vn gran fumo odorifero, quale profuma tutta la Chiesa”. La misma fascinación ejerce en casi todos los viajeros y cronistas que visitaron el templo, como Jeronimus Münzer (1494-1495), Christoph Gunzinger (1654), quien relaciona su uso con las procesiones con reliquias por el interior del templo; o Bartolomeo Corsini (1669), quien dice de él que “va subiendo poco a poco a una altura tal que casi toca los arcos de la bóveda, y llega a la pared que cierra la nave lateral, y esto se produce con tal vehemencia que el carbón se enciende en llamas”.

El armazón, a modo de una cimbra de hierro, que sostiene el movimiento del botafumeiro fue ideado por el aragonés Juan Bautista Celma a principios del siglo XVII, en sustitución de un primitivo sistema de vigas de madera, eliminado en 1602 para instalar este “artificio de cuatro hierros, que rematan en un óvalo para la polea”, según lo describe Zepedano.

El botafumeiro actualmente utilizado data de 1971, y es una réplica del realizado por José de Losada de 1851 (tras la pérdida del anterior durante la ocupación francesa, en 1809, a decir de José Mª Zepedano), en latón plateado, cuya última reparación se realizó en 2006. Esta copia fue realizada por el madrileño taller de Luis Medina Acedo, pesa unos 60 kg y su altura sobrepasa el metro y medio. En su movimiento pendular por el interior de la nave del crucero llega a rozar los 70 km/h. Se recensan tres accidentes -en 1499, 1622 y 1937-, en los que la rotura de las cadenas que sujetan el gran incensario provocaron su caída, en todos los casos sin provocar heridos.

La espectacularidad del acompasado vuelo del enorme incensario esparciendo efímeros trazos del aromático humo ante el altar mayor de la Catedral sorprendía tanto a los peregrinos y fieles de antaño como a los actuales, al punto de haberse convertido en uno de los elementos más identificadores y universalmente conocidos del culto en la iglesia mayor del Apóstol. La imagen del botafumeiro surcando la nave del crucero mientras resuena el órgano y el coro entona el himno al Apóstol es difícil de olvidar. El principal riesgo que acecha a este rito compostelano no radica en el ingenio mecánico que lo soporta, sino en su vulgarización como mera atracción turística, debiéndose trabajar para que ésta -innegable- no llegue a solapar al simbolismo que encierra el ritual.

Anexos

Relatos de Jeronymus Munzer, Domenico Laffi, Albert Jouvin, Bartolomeo Corsini etc.

Cabildo de la S. I. Catedral de Santiago de Compostela

LAFFI, Viaggio in Ponente a San Giacomo di Galitia e Finisterræ, Bolonia, 1681 (1ª, 1676), pp. 202-203.

NEIRA DE MOSQUERA, Antonio, “O vota-fumeiro de la catedral de Santiago”, Semanario Pintoresco Español, 43, 24 de octubre de 1852, pp. 338-340.

POMBO RODRÍGUEZ, Antón, “Ritos de los peregrinos en la Catedral de Santiago a través de los tiempos: del contacto con lo sagrado a la atracción por lo curioso”, en YZQUIERDO PEIRÓ, Ramón (dir.), Ceremonial, fiesta y liturgia en la catedral de Santiago, Consorcio de Santiago – Cabildo de la Catedral de Santiago, Santiago de Compostela, 2011, pp. 82-109.

SANMARTÍN LOSADA, Juan Ramón, “O Botafumeiro: parametric pumping in the Middle Age”, American Journal of Physics, 52, 1984, pp. 937-945.

SANMARTÍN LOSADA, Juan Ramón, “Física del botafumeiro”, Investigación y ciencia, 161, 1990, pp. 6-17.

VÁZQUEZ CASTRO, Julio, “El Rey de los Incensarios. Víctor Hugo y el redescubrimiento romántico del Botafumeiro”, Abrente, 40-41, 2008-2009, pp. 149-186.

VÁZQUEZ CASTRO, Julio, “Un delirio de grandeza en la Compostela medieval: Haremos un incensario tan grande que nos tendrán por locos”, en Mirando a Clío. El arte español espejo de su historia. Actas del XVIII Congreso del CEHA. Santiago de Compostela, 20-24 de septiembre de 2010, Universidade de Santiago de Compostela, 2012, pp. 1769-1801.

YZQUIERDO PERRÍN, Rafael, Leyendas e historias jacobeas, Castilla Ediciones, Valladolid, 1999, pp.123-129.

ZEPEDANO Y CARNERO, José María, Historia y Descripción Arqueológica de la basílica compostelana, Imprenta de Soto Freire, Lugo, 1870, esp. pp. 100-101.

José Manuel Rodríguez Montañés [jmrmleon@gmail.com]

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