Ritualidades

Ritos de purificación por el agua y el fuego

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Denominación

Ritos de purificación por el agua y el fuego
Otras denominaciones: Fuente del peregrino, de los romeros, de los franceses, de la vieira, Cruz dos Farrapos

Fechas

Edad Media-actualidad
Descripción
Cruz dos farrapos. Fuente del Hospitalejo fuente Reniega, Leyenda del Camino de Santiago fuente Santiago

Tanto durante el recorrido del Camino como en su meta compostelana, son numerosos los rituales de purificación documentados en los que participaban los peregrinos, y ello tanto utilizando dos de los elementos esenciales -el agua y el fuego- como en la categoría de los “ritos de paso”, de los cuales el de las Puertas Santas lo analizamos de modo independiente.

Los rituales asociados al agua suman a su carácter simbólico, el higiénico. Conectando, en cierto modo, con el aspecto salvífico del agua bautismal que simboliza la limpieza del alma del Pecado Original y el ingreso del cristiano en la comunidad de la Iglesia, estas “aguas dominadas”, como las denomina Ignacio Iñarrea, representan un contrapunto a las hostiles y amenazadoras de las procelosas travesías marítimas y el paso de cursos fluviales, vistas como enemigas del peregrino y, en muchas ocasiones, causa de fatales desgracias.

Las fuentes constituyen una infraestructura esencial para las comunicaciones en general y la peregrinación en particular, junto al camino físico, los puentes y los hospitales. Al punto que son numerosas las asociadas hasta en su nombre a la ruta jacobea, caso de la parroquia de Santiago de la Fuente de Burgos, sobre cuyo solar se alzó la catedral gótica de Burgos, y las “fuentes del peregrino” (Los Arcos, junto a la iglesia de Santiago en Logroño, Ventosa, Foncebadón, Molinaseca, Palas de Rei, Ligonde…), “de los romeros” (Azofra, Hornillos del Camino), “de los franceses” (Arzúa) o “de la vieira” (entre A Balsa y San Xil). En otras ocasiones, su estratégica ubicación las hace imprescindibles y vincula a los relatos de los peregrinos o antiguas lugares de acogida, como la “Fuente del Hospitalejo”, en el hoy desolado tramo entre Carrión de los Condes y Calzadilla de la Cueza (Palencia), en el lugar donde se alzó el desaparecido Hospital de Don García o “de Santa María de la Fuente”, fundado en el siglo XII y gestionado por los agustinos de Santa María de Benevívere. Así ocurre también con las burgalesas de Mojapán y del Carnero, en los Montes de Oca, la de San Boal y la “del Piojo”, entre Castrojeriz e Itero. O, en tierras navarras, la monumental “fuente de los Moros” de Villamayor de Monjardín (siglo XIII) y la conocida como de Gambellacos, la Teja o “Fuente Reniega”, en el ascenso y antes del último repecho del Alto del Perdón, cuyo mismo nombre se vincula a una ilustrativa leyenda jacobea. Refiere ésta cómo un peregrino fue tres veces tentado por el demonio, quien le ofreció calmar la sed que le asaltaba a cambio de renegar, respectivamente, de Cristo, la Virgen y Santiago. El peregrino se mantuvo firme en su fe, invocando al Apóstol, quien se le apareció y guió hasta el manantial, dándole de beber con su concha de vieira.

El Liber peregrinationis, V del Códice Calixtino, refiere la función purificadora e higienizadora de las aguas del río Lavacolla, inmediato a Santiago: “un río que está a unas dos millas de Santiago, en un sitio de mucho arbolado, que se llama Labacolla, porque en él suele la gente francesa que peregrina a Santiago lavarse, por amor al Apóstol, no solamente sus vergüenzas, sino también, despojándose de sus vestidos, la suciedad de todo su cuerpo”. Este ritual pervivió hasta fines del siglo XVII, según refiere en su relato Domenico Laffi cuando afirma que, cerca del lugar de Amenal, el grupo con el que viajaba se acercó a una fuente y “refrescamos bien, mudando los vestidos, porque sabíamos estar cercanos a Santiago”.

El mismo Libro V del Codex Calixtinus alude una decena de veces a las fuentes, tanto para advertir sobre su ausencia (en las Landas) como para saludar su presencia (Conques, Saintes, Gascuña, Galicia), realizando una detenida descripción de la quizás más famosa de todas, la llamada “fuente del Paraíso” o “Fuente de Santiago” que se alzaba ante la fachada de Azabachería de la Catedral compostelana. Dice así:

“Cuando nosotros los franceses queremos entrar en la basílica del Apóstol, lo hacemos por la parte septentrional, ante cuya entrada está junto al Camino el hospital de peregrinos pobres de Santiago, y después, más allá del camino, se encuentra un atrio en donde hay nueve peldaños de bajada. Al pie de la escalera de este atrio existe una admirable fuente a la que en todo el mundo no se le encuentra semejante. Tiene, pues, esta fuente al pie tres escalones de piedra sobre los que está colocada una hermosísima taza de piedra, redonda y cóncava, a manera de cubeta o cuenco, y que es tan grande que en ella me parece que pueden bañarse cómodamente bañarse quince hombres. En su centro se eleva una columna de bronce gruesa por abajo, de siete caras cuadradas y altura proporcionada, de cuyo remate surgen cuatro leones por cuyas bocas salen cuatro chorros de agua, para mitigar la sed a los peregrinos y a los habitantes de la ciudad. Y estos cuatro chorros, después que salen de las bocas de los leones, caen enseguida en la misma taza de abajo y saliendo de allí por un agujero de la misma taza escapan por debajo de la tierra. De la misma manera que no puede verse de dónde viene el agua tampoco puede verse a dónde va. Es luego el agua aquella dulce, nutritiva, sana, clara, muy buena, caliente en invierno y fresca en verano. En la citada columna se encuentra la siguiente inscripción grabada de esta forma en dos líneas por todo alrededor bajo los pies de los leones: † Yo, Bernardo, Tesorero de Santiago, traje aquí esta agua y realicé la presente obra para remedio de mi alma y de las de mis padres en la era MCLX el tercero de los idus de abril” [11 de abril de 1122]. 

Sobre la figura de Bernardo, colaborador del obispo Diego Gelmírez, hace referencia también la Historia Compostelana, mandada componer por éste. De sus aguas dice que son quasi sanctificatas et saluberrimas et ad humanos usus diuinitus præparatas. La puesta a disposición de agua para los peregrinos liberaba a éstos de tener que adquirirla y recibir abusos por parte de sus hospedadores. Respecto a la taza citada en el texto del Codex, la tradición quiere que sea la hoy conservada en el claustro catedralicio. Viellard refiere la destrucción de esta fuente del Paraíso en el siglo XV, construyéndose entonces ante la fachada de Platerías la hoy conocida como “de los caballos”, por los que la ornan tras su refección barroca a principios del siglo XIX.

Agua y fuego se complementan en las funciones higiénicas de purificación. Consta así que, en 1216, en el hospital del monasterio dúplice agustino de Aubrac, en la vía de Le Puy, se sacudían sobre hogueras las ropas de los peregrinos para eliminar parásitos y lavaban aquellas que eran de lino (Uría, 1948).

Con un sentido higiénico y simbólico, los ritos del fuego se asocian a los del agua, en la Cruz dos Farrapos de Compostela, originariamente situada frente a la Puerta del Paraíso, la Norte del transepto de la Catedral y punto de acceso de los peregrinos que llegaban por el Camino Francés, donde también se ubicaba la ya referida “Fuente del Paraíso”. Se complementaban así los rituales de purificación por el agua (río Lavacolla y Fuente ante la portada Norte) y por el fuego, pues a los pies de esta cruz quemaban los peregrinos las vestimentas que les habían protegido cubierto durante su periplo, en muchos casos meros harapos, que acabaron danto nombre a la cruz. Y, revestidos con el atuendo que les proporcionaba el Cabildo, ingresaban libres de mácula en la Catedral. Un incendio, en el siglo XVII, obligó a rehacer la fachada románica primitiva por la actual barroca con remate neoclásico, obra del siglo XVIII, siendo trasladada la cruz -latina de tipo asturiano, en hierro y cobre- a su actual ubicación en las cubiertas, como remate de un cercado de piedra donde se continuó la práctica, hecho posible gracias a las cubiertas líticas de la Catedral. La traslación de este espacio supuso que el acceso de los peregrinos al interior del templo y los rituales de veneración y abrazo al santo antecediesen a la quema de los harapos, que pasó a constituir el rito final de la peregrinación. Sobre el carácter milagroso de esta cruz se refiere Nicola Albani en 1743.

Desterrado el ritual del fuego para los viejos ropajes del peregrino –y la dotación de nuevas ropas por el Cabildo- en el moderno resurgir de la peregrinación jacobea, el gesto de la quema se trasladó a Fisterra, frente al mar, representando no sólo un riesgo de banalización del sentido primitivo, sino de incendio y una agresión contaminante a un paisaje donde es el horizonte y el sol engullido por el océano el que simboliza el fin de las tierras y del Camino. Es por ello que tanto las autoridades como desde el mundo jacobeo se clama por desterrar esta absurda y peligrosa costumbre, realizada, en muchos casos, por mera imitación, y con total desconocimiento del simbolismo primitivo.

Ya plenamente en el ámbito de la superstición se sitúa el ritual consistente en pasar tres veces por el hueco (óculo trilobulado) situado bajo la cruz dos Farrapos, emplazada en el siglo XVII en las cubiertas de la Catedral de Santiago (sobre la capilla más cercana al transepto por el lado de la Epístola, en las inmediaciones de la Puerta Santa, frente al convento de San Payo), gesto que, según nos refiere Paolo Bacci en 1764, debe hacerse con devoción. El mismo autor identifica dicha cruz con la que portó el Apóstol en su labor evangelizadora en Hispania, lo que le daría el carácter de reliquia. Años antes, Domenico Laffi, en el recorrido que realizó por las cubiertas de la Catedral, vio “una cruz de mármol, hecha en forma del lirio, toda perforada, en medio de la cual hay un gran orificio por el cual pasan los peregrinos, diciendo el vulgo que aquellos que están en pecado mortal no consiguen pasar; pero ésta es superstición de gente inculta, como nos dijo el señor canónigo”.

Este ritual, que en Compostela no parece ser anterior al siglo XVII, remite a prácticas rituales antiguas, así el paso por la “aguja de san Pedro” en el Vaticano, documentada ya en los siglos XII-XIV, consistente en el paso de los romeros en la base del obelisco egipcio traído a Roma desde Alejandría por Calígula en el año 37. Calvo Asensio (“Memoria Cæsaris, id est Agulia: culto en torno al obelisco vaticano”, 2019) recoge cómo tanto el maestro Gregorio, en el siglo XII, como el cronista Ranulf Higden, en el XIV, refieren que “lo llaman aguja de San Pedro, y se esfuerzan por arrastrarse bajo él, donde la piedra se apoya en cuatro leones de bronce, alegando erróneamente que quienes lo hacen quedan limpios de pecado, por haber hecho auténtica penitencia”.

Anexos

Códice Calixtino, Libro V

Relatos de Guillaume Manier, Laffi, Nicola Albani, Johann Limberg, Jouvin, etc.

Cabildo de la S. I. Catedral de Santiago de Compostela

AA.VV., Puentes, fuentes y hospitales en el Camino de Santiago. Revista del Ministerio de Fomento, Extra, nº 597, julio-agosto de 2010.

IÑARREA LASHERAS, Ignacio, “L’importance de l’élément aquatique pour les pèlerins français de Compostelle: Moyen Âge et Époque Moderne”, Anuario de Estudios Filológicos, XL, 2017, pp. 63-80.

MORALEJO, Abelardo; TORRES, Casimiro y FEO, Julio, Liber Sancti Iacobi. Codex Calixtinus, Xunta de Galicia, Santiago de Compostela, 2004, pp. 545, 593-594.

POMBO RODRÍGUEZ, Antón, “Ritos de los peregrinos en la Catedral de Santiago a través de los tiempos: del contacto con lo sagrado a la atracción por lo curioso”, en YZQUIERDO PEIRÓ, Ramón (dir.), Ceremonial, fiesta y liturgia en la catedral de Santiago, Consorcio de Santiago – Cabildo de la Catedral de Santiago, Santiago de Compostela, 2011, pp. 82-109.

VÁZQUEZ DE PARGA, Luis, LACARRA, José María y URÍA RIÚ, Juan, Las peregrinaciones a Santiago de Compostela, CSIC, Madrid, t. I, 1948, pp. 415-421.

José Manuel Rodríguez Montañés [jmrmleon@gmail.com]

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